Las guerras se libran por muchas razones. La justicia es una de ellas. También lo es una necesidad estratégica. Pocos estadounidenses argumentarían que preferirían luchar contra los talibanes, ISIS, Al-Qaeda o Hezbollah en la ciudad de Nueva York, Miami o Los Ángeles. La noción de llevar la guerra al terreno del enemigo es de buen juicio. Se suponía que la Guerra contra el Terrorismo, ese frente binomial de Irak y Afganistán, tenía que ver con eso. La victoria no se trataba solo de derrocar a los malos regímenes que sirvieron de base para las personas malvadas que buscaban dañar a Estados Unidos. El mundo libre y los Estados Unidos ganan cuando, debido a una presencia militar decisiva, el Islam radical y sus facilitadores, Pakistán y, especialmente, la China comunista, se mantienen fuera de escena.
China, el mayor fabricante y exportador de fentanilo del mundo, ahora tendrá una nueva fábrica de drogas: la industria del opio de Afganistán. Los talibanes del siglo XXI no serán el grupo de pobres salvajes de la década de 1990. Ahora cuentan con el respaldo de Beijing, Islamabad y pronto Moscú. Planearán su próximo ataque contra Estados Unidos con armamento más sofisticado e inteligencia superior que los ataques del 11 de septiembre.
La administración Biden-Harris, al traicionar a otro aliado estadounidense, ha puesto a Estados Unidos en una situación peligrosa de la que vivirá para lamentar. Mientras que el secretario de Defensa Lloyd J. Austin III y el presidente del Estado Mayor Conjunto, Mark A. Milley, han estado ocupados concentrándose en implementar la venenosa teoría de la raza crítica, la ideología de género y la teoría crítica queer del marxismo cultural en las fuerzas armadas de EEUU, los talibanes han estado degollando a sus antiguos aliados, esclavizando y violando a mujeres, preparando el escenario para los campos de exterminio afganos.
No se entiende cómo pudieron retirar a los efectivos militares antes que a los civiles, ni cómo pudieron dejar atrás tanto equipo, armamento y vehículos militares, a los cuales indudablemente se les aplicara retroingeniería con el objetivo de obtener información. La responsabilidad de este acto insidioso recae en el dúo Biden-Harris y el liderazgo del Partido Demócrata. Lo más triste: este desastre de política exterior podría haberse evitado fácilmente.
José R. Orta S.
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